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Me llamo Rafa Ruiz. Soy guionista e intento ser director de cine. Soy una persona que ha crecido en los 90. Tengo demasiados pensamientos en la cabeza, y quiero compartirlos con vosotros y a la vez conocer los vuestros. El arte se crea entre todos

jueves, 17 de noviembre de 2011

RELATOS CORTOS (IV) : OTRO LUGAR


Caminaba nerviosa entre la gente cargando una enorme bolsa de viaje. Tenía la mirada ausente y sus pensamientos eran confusos. No le encontraba sentido a nada de lo que estaba pasando y eso la asustaba aún más. Aquella noche apenas había conseguido dormir y los pocos minutos en los que cerraba los ojos y conseguía que el sueño la invadiera, eran interrumpidos por desgarradoras pesadillas que la hacían pensar que era mejor quedarse despierta, lo que le sirvió para poner en orden sus ideas y modificar sus planes. Su primera conclusión fue que debía marcharse. Tenía pensado hacerlo, pero el incidente de la noche pasada le había obligado a adelantar su partida. Erhea sabía que estaría más segura en otra ciudad.
A lo lejos, bajando la calle que tenía delante y al otro lado de la carretera, se veía la estación de tren. La maleta le pesaba y se sentía agotada, tan agotada que empezaba a dudar si conseguiría llegar. Le parecía mentira que esos pensamientos pudieran estar pasando por su cabeza.
Llegó a duras penas hasta la puerta de la estación. Estaba casi desierta. Algunas personas mayores paseaban haciendo tiempo hasta que llegaran sus trenes. Miró la pantallita de las salidas e inmediatamente después su reloj. Aún le quedaban varios minutos hasta la salida de su tren. Minutos que pensaba aprovechar en tomarse una tila en la cafetería e intentar calmarse un poco.
En el centro de la tacita se empezaba a crear un remolino debido a la rapidez con la que Erhea removía su infusión. Tomó un sorbo. Parecía calmada por momentos, aunque la forma con la que aplastaba la bolsita de tila contra el fondo de la taza no indicaba lo mismo. Le dio otro sorbo.
-Regional, procedente de A Coruña, destino Vigo, estacionado en la vía 2- Retumbó una voz metalizada procedente de los altavoces. Erea se levantó y arrastró como pudo la bolsa hasta el andén. Miró a un lado y al otro. Nada. El tren tardó unos minutos en aparecer.
Desde su asiento, y con los ojos cerrados, sintió como el tren se ponía en marcha. Estaba mareada y somnolienta, así que decidió intentar dormir todo el sueño que se le había escapado esa noche. Pensó que un poco de música le ayudaría a relajarse, así que se puso los cascos de su mp3 y lo encendió. Poco a poco, las melancólicas notas de las canciones se fueron fusionando con sus tristes pensamientos y no tardó mucho en conciliar el sueño.

Los tablones de suelo de aquella casa estaban muy viejos, al borde de la podredumbre y las telarañas adornaban de forma siniestra las esquinas donde convergían las paredes. Las fuertes tormentas y las lluvias habían arrancado pequeños cachos del tejado, lo que había provocado incipientes goteras que alguien intentara solucionar situando cubos y cazos bajo estas.
La distribución de la casa era simple: un larguísimo pasillo con puertas a los lados y una gran estancia al fondo. La mayoría de las puertas estaban cerradas, excepto dos, la tercera por la izquierda y la cuarta por la derecha. La primera era la cocina, aunque nadie lo diría. La mugre cubría las paredes. La combinación del olor a cerrado y el moho hacían repulsiva la idea de entrar en aquel cuarto. Del grifo caía intermitentemente un hilillo de agua amarillenta sobre una gran pila de platos sucios que debían llevar años en el fregadero.
La otra habitación correspondía al baño, que aunque también estaba sucio, parecía mucho más habitable que la cocina. El ambiente estaba cargado y no era agradable, pero era debido a la pestilente atmósfera que envolvía toda la casa.
Unas finas cortinas custodiaban la misteriosa sala del fondo, aunque de vez en cuando, una brisa dejaba entrever un diván. Aquella era sin duda la habitación más misteriosa de la casa, ya que, aunque muchas de sus puertas encerraban terribles secretos tras oxidadas cerraduras, ésta estaba nueva en comparación con el resto de la vivienda. El aire que entró por el ventanuco roto de una de las paredes agitó las cortinillas, y dejó a la vista y de forma clara unas relucientes estanterías rebosantes de toda clase de libros perfectamente conservados.
Entrar allí, era como entrar en otro mundo. Una dimensión paralela a la asquerosa pocilga que dejaba atrás. Una dimensión llena de lujo y sabiduría. Lo que en esencia parecía una bonita estantería repleta de libros era parte de una vasta biblioteca elíptica que se extendía a lo largo de 2 pisos de altura, a los que se accedía a través de unas firmes escaleras de caracol. En una simple ojeada se podían ver fácilmente decenas de libros conocidos. Ordenados de manera exquisita y minuciosa, relucían en las estanterías obras clásicas de Shakespeare, Calderón, Molière... Novelas de Julio Verne, Oscar Wilde, Homero, Edgar Allan Poe, y autores de todas las épocas.
En segundo piso, libros y ensayos de los más prestigiosos filósofos, científicos, historiadores, psicólogos, sociólogos, economistas que la historia había concebido.
El último piso, albergaba por lo menos un millar de libros de consulta, abarcando desde diccionarios de todas las lenguas conocidas  hasta inmensos atlas y guías de muchas ciudades...
En la arena de aquel coliseum construido con siglos de sabiduría, se encontraba un antiquísimo diván que podía haber pertenecido al mismísimo Freud, pero tan bien cuidado que se podría decir que parecía nuevo. A su espalda se encontraba un mullido sillón, y a la izquierda una majestuosa chimenea de piedra con pequeñas gárgolas talladas y otros singulares motivos. En ella chisporroteaba la leña incandescente que poco a poco se consumía para dar vida a una impresionante llama de un color más rojo que el de la propia sangre.
Presidiendo la refinada estancia, y sobre una gran alfombra, un escritorio de caoba y cuero, digno de cualquier alto mandatario del globo.
-¡QUIEN ERES!- gruñó la más aterradora de las voces.
-¡¿COMO HAS CONSEGUIDO ENTRAR AQUÍ?!.....¡¡Como te HAS ATREVIDO a entrar AQUÍ!!- volvió a increpar con un ronco susurro lleno de ira.
-¿QUE HAS VISTO? ¡¡Dime QUE es LO QUE HAS VISTO!!- La amenazadora voz llegaba de todas partes y era imposible distinguir de donde procedía.
-TE MATARÉ, ¿me oyes?- se hizo el silencio............-¡¡TE MATARÉ!!-

Erea se despertó ahogada en un grito de terror y rabia. Las lágrimas caían por sus sonrojadas mejillas y acababan mojando su jersey azul pálido.
-No, no, no...... ¿Por qué a mí? ....- pensaba la joven mientras no dejaba de llorar -¿Por qué...?- se preguntaba una y otra vez desesperadamente.
Las pesadillas de aquella habían sido horribles, pero aquella había sido diferente, demasiado real, y.... aquella voz, aquella espantosa voz......
Cuando Erea recobró la calma y se tranquilizó, se dio cuenta de que estaba sola en aquel vagón. Le parecía muy raro. Normalmente en aquel tren y a aquellas horas de la mañana viajaban casi un centenar de pasajeros entre estudiantes y gente que tenía que desplazarse hasta su lugar de trabajo. Extrañada, asomó la cabeza al pasillo y miró en ambos lados. Todo vacío. En todo el tren no se escuchaba un murmullo y no parecía haber señales de vida. Aunque tardó un poco, fue entonces cuando se dic cuenta de que le faltaba su reproductor de música. Lentamente se levantó y empezó a caminar por el desértico pasillo en busca del revisor. El tren parecía haberse parado.
Erea cruzaba los vagones con cautela, ya que le parecía una situación demasiado sospechosa. Intentaba mantener su miedo oculto bajo el manto de serenidad que siempre la había caracterizado, aunque tenía los nervios a flor de piel. Aquellos corredores parecían no tener fin. Entonces se sentó, estaba confundida. Afuera había oscurecido. Hacía tan mal día que no se sabía si ya era muy tarde o simplemente el cielo encapotado no dejaba ver el sol. Desde la ventana vio que se encontraba en una estación que parecía estar en el medio de ninguna parte.
Dudó unos segundos. No sabía si debía bajar de aquel tren. Fue entonces cuando escuchó otra vez aquella voz. Un escalofrío volvió a recorrer su cuerpo. Cerró los ojos con fuerza y rezó para que todo fuera otro mal sueño. Cuando los abrió, se encontraba en su asiento, rodeada de gente que empezaba a abandonar el vagón. Estaba ya en Vigo.

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